
En 1856, en Barracas al Sur vivían 5099 vecinos. En 1947, el censo de Avellaneda registraba 273.839 habitantes. Entre 1870 y 1960, la población creció treinta y cinco veces cuando en toda la Argentina en ese lapso lo hizo diez veces.¿Cómo se gobernaba un lugar semejante, barriada proletaria a veinte minutos de la avenida Corrientes, El Dorado de aventureros, capital del delito y semillero de fortunas rápidas? Para contestar esa pregunta habría que repasar toda la historia de la Argentina, pero me limitaré a la figura de Alberto Barceló (1873-1946), un hombre que estuvo estrechamente asociado al poder en Avellaneda. Descendía de un catalán que fue comerciante en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, y socio de Justo José de Urquiza. Por lo menos seis hermanos de Alberto Barceló tuvieron cargos en Avellaneda. Dos de ellos, Domingo y Emilio, ocuparon también la intendencia, y otros fueron jueces de paz, diputados provinciales, comisarios. Ya a comienzos de siglo, el nombre de Alberto Barceló pesaba en la política, bajo el influjo de Adolfo Alsina y de Carlos Pellegrini. Barceló fue diputado y senador provincial, senador nacional y candidato a gobernador para las elecciones de 1940, anuladas por la intervención decretada por el presidente Roberto Ortiz. Fundó su propio partido, el Provincialista (1923). Tras el golpe de Estado de 1930, se integró en una confederación conservadora: el Partido Demócrata Nacional. Entre 1909 y 1917 fue intendente de Avellaneda, y volvió a serlo en 1924, 1927 y 1932, hasta que en los años 40 su estrella se fue apagando. "Señor de horca y cuchillo" le dijeron, por ejemplo, durante un debate en el que se discutió su diploma de senador provincial. Anécdotas de Barceló hay muchas, y más de una quizá la inventó él mismo. Se decía, por ejemplo, que sus enemigos lo citaban por la noche en parajes solitarios y oscuros, a los que siempre acudía solo y donde nunca había nadie. El poder de Alberto Barceló se basó en el progreso indiscriminado y caótico de Avellaneda, en la creación de empleos, lícitos o ilícitos, y en el favor como contraprestación política, así como en la aniquilación drástica de los rivales. Barceló era un hombre de acción.
Conservadores y radicales vivieron peleados, pero a veces se mezclaron. Hipólito Yrigoyen, a quien Barceló combatió y odió, solía incursionar en Avellaneda, e incluso vivió allí, en la esquina de Beruti y Belgrano. El diario El Pueblo, ya en 1911, al hablar del auge de la delincuencia en la ciudad fomentado por el poder de los Barceló, decía que las "hordas de Atila o Alarico habían entrado en Avellaneda". A esta mala vida se sumaban la creación, en 1932, del Partido Fascista Argentino, cuya sede estaba precisamente en Avellaneda, y las andanzas de los grupos paramilitares promovidos por la Legión Cívica Argentina, que salían a castigar judíos.El historiador Miguel Angel Scenna define el gobierno municipal de Barceló como "duro, implacable, paternalista, mechado de violencia, fraude y corrupción", pero en su gestión abundaron las obras públicas, se hizo el primer censo municipal y se inauguró el Hospital Fiorito, construido en parte con la donación de 625.000 pesos hecha por los hermanos Fiorito, rematadores de la zona que lotearon tierras y las vendieron a plazos a muchos obreros y empleados.
Historiadores, cronistas y biógrafos suelen coincidir en que Barceló practicaba la violencia política, fomentaba la corrupción y servía dócilmente a los ricos, pero también admiten su popularidad. Ya en diciembre de 1915, durante un debate parlamentario, el diputado socialista Enrique Dickmann se planteaba el dilema que los adversarios de Barceló no terminaron de resolver, por lo menos hasta 1946: "En Avellaneda domina una dinastía inconmovible que tiene sobre el pueblo un poder de sugestión... inexplicable, porque los señores Barceló jamás han hablado, jamás han dicho una palabra, parece que son mudos...; la mayoría del pueblo de Avellaneda está con ellos, caso único en la democracia del mundo". Barceló, señala Folino, "no es hombre de fortuna, ni orador, ni escritor, menos un ideólogo, tampoco un profesional de éxito". Entonces, ¿cuál fue su secreto?
El lector, al leer esta crónica, puede hacerse, junto al autor, estas preguntas: ¿terminó la política asociada al delito?; ¿terminaron todas las formas de fraude, el cargo público como prebenda, el favor personal como contrapartida del voto, el negocio privado asociado al negocio público?
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